Ser el puerto seguro
Puerto seguro

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Ser el puerto seguro

En el último círculo de mujeres en el que tengo la suerte de participar hablamos de la “sombra” y de lo difícil que es reconocerla a veces. Pienso que más bien lo difícil es aceptar que la tenemos y cómo decía un viejo amigo abrazarla.

El reto es aceptar nuestra propia luz y también lo menos agradable de nosotros.

Nos pasamos la vida disimulando, dando una imagen de nosotros mismos que muchas veces se aparta tanto de la realidad que dejamos de reconocernos. 

En algún momento entendimos que expresar lo que sentimos es malo, empezamos a aprender patrones que nos permiten vivir en sociedad pero que muchas veces anulan nuestra espontaneidad, nuestra esencia.

Nos desconectamos de nosotros mismos, y aparecen nuestras sombras, nuestras compensaciones a nuestra frustración, a nuestros ejercicios de ocultismo para encajar en dónde nos toca estar.

Rechazamos partes nuestras que sin embargo nos han traído hasta aquí, que quizás nos han permitido sobrevivir. Rechazamos la fealdad, lo menos vistoso, las lágrimas y maquillamos nuestra vida, nuestras emociones para que no se noten. 

Cuando somos capaces de mirar a la cara a nuestra sombra empezamos a sanar, empezamos el camino de vuelta a casa. Porque en el momento en que reconocemos lo que menos nos gusta de nosotros podemos empezar a cambiarlo, dejaremos entonces de poner el foco de nuestros problemas fuera.

No hay culpables al otro lado, solo maestros que nos muestran nuestro reflejo, cuando eres valiente para mirar lo que menos te gusta de ti estás haciendo el camino del guerrero.

Tal como tenemos montada nuestra sociedad capamos las emociones y la espontaneidad de los niños muy pronto.

Les decimos que la magia no existe y que es mejor que no destaquen de los demás salvo que sean buenos estudiantes, o deportistas.

Sin embargo si su diferencia está en lo que sienten y como lo expresan enseguida pensamos que eso es “raro” y nuestro miedo a que sean juzgados o separados del grupo, nos lleva a intentar hacerlos como los demás. Niños-adultos, niños que se olvidan de su esencia y que de adultos, algunos, tendrán que hacer un largo camino para volver a recordar a re-conectar.

Os dejo con algunas preguntas para reflexionar

¿Cuántas relaciones de verdad tenemos?

¿Con quién puedes llorar sin sentirte ridícula?

¿Con cuánta gente nos podemos expresar tal cual somos? sin miedo a ser juzgados…

¿para cuántas personas podemos ser un puerto seguro al que acudir cuando necesitan ser ellos mismos?

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