Según Campbell hay unos rasgos comunes para las personas más felices: la autoestima, estar en posesión de su vida, el optimismo y ser extrovertidos.
Desde un punto de vista más biológico, numerosos estudios hablan de la posibilidad de educar, promover sentirnos felices…los que han fingido tener autoestima han empezado a sentirse mejor, los que se han esforzado en sonreír se han sentido más felices.
Como explican las teorías de Richard Wiseman, que afirman, por ejemplo, que cuando nos sentimos felices sonreímos pero existen muchos estudios que demuestran también lo contrario: si mantenemos una sonrisa al menos 10 segundos nos sentimos mejor.
Esto encaja con el concepto de plasticidad neuronal, del que se comenzó a hablar ya en 1890. Aunque fue un tema abandonado durante un tiempo, hoy se sabe que el sistema nervioso mantiene durante toda la vida la capacidad de cambiar su estructura y su función de forma natural o como respuesta a procesos lesivos de su entorno.
Las modificaciones en las sinapsis en su número y forma son la base de esta plasticidad, con la posibilidad de desaparecer algunas y crearse otras nuevas dónde no existía ninguna.
Si bien esta capacidad es máxima durante el desarrollo, en la edad adulta permanece. Es esta plasticidad la que permite el aprendizaje, establecer nuevas memorias y responder a las adversidades del medio.
Richard Davidson ha investigado las características físicas del cerebro feliz, este ejerce una importante influencia sobre el resto de nuestro cuerpo aumentando el funcionamiento de nuestro sistema inmunológico, disminuyendo las enfermedades cardiovasculares, DM, HTA etc, etc. Con RNM y EEG se ha visto que en el momento de experimentar sensaciones de bienestar o felicidad se activa el hemisferio pre-frontal de la corteza cerebral.
La pregunta es: ¿se activa por la felicidad o es su activación la que produce la sensación de felicidad?
Davidson habla de “el estilo afectivo positivo» y de que este parece dejar una huella en las redes neuronales. Según él, que ha realizado muchas investigaciones con monjes budistas, se puede alcanzar voluntariamente y con entrenamiento.
Martin Seligman ha visto que en personas «tristes» se produce un aumento de los niveles de cortisol y de fibrinógeno, el primero estimulado por situaciones de stress e implicado en la aparición de DM, trastornos autoinmunes o hipertensión, y el segundo en estados inflamatorios.
En unos análisis realizados a la madre Teresa de Calcuta se objetivó que sus niveles de dopamina eran mayores a la media. Si bien la dopamina se ha considerado como la sustancia que regula el placer, la sustancia de la felicidad, los estudios más recientes indican que en realidad regula la «motivación», provocando que los individuos se pongan en marcha y perseveren para conseguir algo, ya sea positivo o negativo. Se libera dopamina tanto por sensaciones placenteras como por estrés, dolor o pérdidas.
«Existe la creencia popular, y también científica, de que la dopamina regula el placer y la recompensa, que cuando consigues algo que te satisface liberas dopamina, pero en realidad las últimas investigaciones están demostrando que este neurotransmisor actúa de forma previa, es el que nos mueve a actuar, se libera para conseguir algo, ya sea evitar un mal o alcanzar un bien», explica Mercè Correa.
Para Diener la felicidad es una experiencia afectiva bien positiva o negativa, considerada por algunos como un estado y por otros como un rasgo. Para él existen tres características que definen el bienestar psicológico: la subjetividad, que se apoya en la propia experiencia de la persona, su dimensión global, pues incluye una valoración o juicio de todos los aspectos de su vida y la presencia de indicadores positivos, ya que por su naturaleza va más allá de la mera ausencia de factores negativos.